Los diamantes son eternos, pero también sangrientos y malditos
Detrás de la piedra preciosa hay una red de contrabando y explotación difícil de desmantelar
“Los diamantes son los mejores amigos de una mujer”, cantaba Marilyn Monroe en “Los hombres las prefieren rubias”. Sin embargo, de Angola a Zimbabwe, de Venezuela al Líbano, un cortejo de miserias y desolaciones acompaña la explotación de la piedra más dura que existe.
Desafiando el tiempo y la razón, el diamante siempre llevó a la desmesura . La leyenda de las piedras míticas usadas por estrellas del espectáculo y monarcas no ha dejado nunca de suscitar la codicia de los hombres.
De origen griego, la palabra diamante viene de “adamas”, que significa “invencible” . De cualquier manera, esto no explica del todo por qué el diamante se ha transformado actualmente en el mejor amigo de los señores de la guerra y de los déspotas corruptos estilo Taylor o Robert Mugabe. En el centro de la persistencia del flagelo de los “diamantes de sangre” figuran las disfuncionalidades de la organización compleja de sus ramificaciones.
En primer lugar, este sector está doblemente fragmentado. El fin del monopolio tiránico de la compañía sudafricana De Beers sobre la comercialización de las piedras en bruto en los ‘90 favoreció las acciones de aventureros de alto vuelo. A los traficantes tradicionales rusos, israelíes, libaneses se sumaron los indios y los chinos.
El oligopolio creado luego por las multinacionales mineras resultó un verdadero colador. Con la multiplicación de los intermediarios entre la mina y la joyería –productores, mayoristas, talladores, fabricantes de joyas y joyeros– resulta más fácil borrar las pistas mafiosas. La falta de cotización oficial del diamante en bruto, teniendo en cuenta la especificidad de cada piedra, es otro punto negro.
Además, el universo del negocio, basado en la solidaridad y el código de honor y a veces en la evasión fiscal, sigue siendo secreto . Esta falta de transparencia favorece la eclosión de ramificaciones clandestinas de gemas pequeñas, anónimas, fáciles de negociar y de elevado valor unitario. Los gigantes mineros controlan las grandes minas, subterráneas o a cielo abierto. En cambio, los pequeños buscadores equipados con un balde y un tamiz que se disputan el diamante aluvional con la esperanza de hacer fortuna alimentan el contrabando en absoluta impunidad.
Caprichosa, la naturaleza se las ingenió para concentrar los diamantes más bellos en Africa. Pero ocurre que la debilidad de los Estados del continente negro, la porosidad de las fronteras y la corrupción endémica de las “gemocracias” –una modalidad de poder que lleva al delito en el control de los diamantes– facilitan las derivaciones sangrientas. Por último, la convención internacional implementada en 2003 bajo la égida de la ONU, que aspira a eliminar el comercio ilegal de piedras preciosas para el financiamiento de conflictos, es muy deficiente. La oposición entre países productores y consumidores, el principio de votación por unanimidad, la falta de un sistema de vigilancia coercitivo o la facilidad para trabar la certificación que garantiza el origen de las mercaderías socavan la eficacidad del dispositivo.
¿ Cómo poner fin a estos tráficos evidenciados en las audiencias en La Haya ? Son pocos los Estados productores capaces de controlar el contrabando cuando no son ellos mismos parte de él. En cuanto a los comerciantes en diamantes y joyeros, suelen hacer la vista gorda ante piedras de origen dudoso. Controlar fortunas que se transportan en una hojita de papel banco doblada en cuatro suena imposible.
Por otra parte, pese a no tener la divisibilidad que confiere al oro su función monetaria, el diamante debe ser una materia prima como las demás. Para perder ese “brillo cruel”, del que hablaba Rudyard Kipling, el diamante debe experimentar su segunda revolución después de 1860, cuando se hicieron más accesibles los brillantes y se desarrolló una verdadera industria. Solo así el rostro de la inolvidable Marilyn Monroe reemplazará a la ácida Naomi Campbell como símbolo de la más preciosa de las piedras del planeta.
Una denuncia de Hollywood
En 2006 se estrenó “Blood Diamonds” (Diamantes de Sangre), en la que Leonardo DiCaprio interpreta a un mercenario que va en busca de un raro diamante rosa por territorio controlado por los rebeldes en Sierra Leona. El film muestra la guerra civil de ese país donde murieron 75 mil personas y que fue alimentada por el contrabando de diamantes.
1 comentarios:
hola.. efectivamente es muy feo0 la forma en la que la gente hace dinero con los diamantes..mucha gente los compra y no sabe que hay detras, otras personas saben y no les importa...pero pues en un lugar donde lo que importa es el val0or monetario y no el valo0or del diamante en sí, es dificil parar los diamantes de sangre...una opcion de considero es no tomarle tanta importancia dejar de consumirlos para no alimentar este trafico.
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