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Médicos estadounidenses aprobaron la tortura en Oriente

Médicos estadounidenses aprobaron la tortura en Oriente Próximo





Doctores estadounidenses en Oriente Próximo aprobaron rutinariamente la tortura de sospechosos capturados y les negaron medicamentos críticos como insulina, a veces con consecuencias letales, según un informe documentado publicado en Utne Reader.

En diciembre de 2002, el secretario de defensa Donald Rumsfeld emitió una directiva que permitía a los interrogadores negar la atención médica en situaciones que no fueran de emergencia para que “a hombres con lesiones, incluyendo heridas de bala, se les negara tratamiento como medio para hacerlos hablar”, escribe la autora Justine Sharrock. Aunque la directiva fue revocada poco después “la práctica continuó”, dijo.

Los interrogatorios realizados en la infame instalación de Abu Ghraib en Bagdad tenían que ser aprobados previamente por un médico y un psiquíatra, y la CIA recibió órdenes parecidas para los castigos que infligía en sus instalaciones.

Sharrock cita al médico Andrew Duffy de la compañía médica 134 de la Guardia Nacional de Iowa quien le dijo que la actitud de los oficiales médicos de Abu Ghraib hacia los prisioneros era “¡que se vayan a la mierda esos tipos!” y que a él lo habían ridiculizado por tratar de salvar la vida de un hombre usando reanimación cardiopulmonar (RCP).

Poco después de la publicación de las fotos de Abu Ghraib que estremecieron al mundo en 2004, y de que el Pentágono prometiera dejar de maltratar los prisioneros, “los hombres seguían siendo atados a sillas de sujeción y abandonados al sol durante horas o encerrados en celdas demasiado pequeñas para acostarse”, escribe Sharrock. “Los médicos encontraban regularmente a prisioneros deshidratados, con las muñecas ensangrentadas por esposas demasiado estrechas, tobillos hinchados por haberlos obligado a estar de pie, articulaciones descoyuntadas por posiciones forzadas”. (La ex comandante de Abu Ghraib general Janis Karpinski estimó una vez que un 90% de los prisioneros eran inocentes).

En un caso que tuvo que ver con el detenido Nº 173379, quien parecía necesitar una inyección de insulina, dijeron a los enfermeros que en su lugar le inyectaran solución salina utilizando una aguja de calibre 14 de un diámetro de más de dos milímetros, del tipo que se utilizaba para castigos o para disuadir a prisioneros de pedir atención; los policías militares lo rociaron con aerosol de pimienta y lo encerraron en una pequeña celda en el calor abrasador, escribe Sharrock, y murió al día siguiente. La queja de Duffy a su capitán supervisor desapareció.

El máximo responsable de la salud del Pentágono, el doctor William Winkenwerder Jr., permitió en 2005 que médicos militares participaran en torturas y compartieran antecedentes médicos con interrogadores siempre que un detenido no fuera oficialmente su paciente, escribe Sharrock. Winkenwerder, agrega, recibió ese año un galardón de la Asociación Médica Estadounidense (AMA, por sus siglas en inglés) por contribuciones excepcionales “a la mejora de la salud pública”. La AMA se ha negado a condenar las prácticas de tortura del Pentágono y de la CIA y no reaccionó cuando en febrero de 2006, la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas condenó a doctores estadounidenses por haber participado “sistemáticamente” en maltratos a los detenidos. El bioético Steven Miles de la Escuela de Medicina de la Universidad de Minnesota dijo que la condena de la ONU debería haber sido “un llamado a las armas” pero “la AMA no dijo nada”.

Sharrock señaló que ninguno de los máximos responsables de la AMA con los que se puso en contacto estuvo dispuesto a comentar sobre su artículo. La Junta Reguladora del Estado, que tiene autoridad para suspender licencias, tampoco “sancionó alguna vez a un doctor por su ayuda en la tortura militar”.

En cuanto a la Asociación Psiquiátrica Estadounidense (APA), su presidente Steven Sharfstein señaló en mayo de 2006 que los psiquiatras “no tendrían problemas” si obedecían órdenes militares antes que la recomendación de la APA de que sus miembros no debieran ayudar directamente en interrogatorios, la que, agregó, no debería considerarse “una regla ética”, escribe Sharrock. Su artículo en Utne Reader fue publicado primero en la revista Mother Jones.

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