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Mundo paranormal: Ovnis, el caso Llanca

El caso Llanca




El siguiente informe reúne y condensa dos artículos publicados por el autor en la revista española Stendek (l), en los años 1978 y 1981, y se refiere a uno de los más controvertidos casos producidos en la Argentina. Por la trascendencia periodística y la desatada polémica creada en torno al suceso, resulta interesante hacer una detallada descripción del episodio y formular nuestras consideraciones sobre el mismo.

EL RELATO




Dionisio Llanca es un camionero nacido en Ingeniero Jacobacci, RN, el 1 de enero de 1948, quien contó que cambiando una rueda de un camión, en la ruta nacional 3, a unos 17 (o 19) kilómetros de Bahía Blanca, había tenido contacto con tres seres supuestamente extraterrestres.

Llanca, de traje y corbata, pasado el momento de estupor y de asombro.

El sábado 27 de octubre de 1973 Llanca se levantó tarde de dormir, ambuló por la mo­desta casa pintada de verde y por la calle Chubut, un barrial ubicado a diez minutos del centro urbano, y dice haber hablado de asuntos triviales y cotidianos con su tío político Enrique Ruiz. Almorzó y se echó a dormir la siesta porque tenía que manejar durante la noche. Se despertó cerca de las seis de la tarde y se instaló frente al te­levisor viendo una serie policial. A las diez de la noche cenó con su tío un bife, una ensalada y un jugo de frutas. Unos minutos más tarde de la medianoche Llanca se puso la campera, dice haberse despedido de su tío y se dirigió a su camión Dodge 600 que tenía estacionado a ocho cuadras de su casa, debiendo conducirlo hasta Río Gallegos, en un monótono viaje de dos días.

Llanca se dirigió entonces a una estación de servicio a cargar combustible. Allí descubre que la rueda trasera-derecha estaba bastante baja y perdiendo aire. A pesar de sus doce años -según dice- al volante de camiones (¿¡tendría 13 años cuando comenzó en este oficio!?), y de hallarse abierta una gomería a unos 200 metros del lugar, inexplicablemente, decide sin motivo aparente continuar viaje y cambiarla sobre la ruta, durante las horas de la noche, pues la cámara del pesado vehículo no demoraría en estar completamente desinflada.

Y así fue como el camión empezó a bambolear sobre la ruta. La goma estaba pinchada. Habían transcurrido apenas 45 minutos, y se encontraba a unos 17 km al oeste de Bahía Blanca (Km. 705), a un costado de la ruta nac. 3, en un paraje donde hay un bosquecillo y una porción de agua estancada. A pesar del frío de la madrugada, ya que eran la una y quince del domingo 28, decide bajar provisto de las herramientas necesarias para cambiar la rueda. La ruta -afirma- estaba desierta.

Se encontraba en plena tarea, cuando el camino se iluminó en dirección a la ciudad de Bahía Blanca, con una intensa luz amarillenta que parecía estar localizada a unos dos mil metros. Le llamó la atención, pero por el color pensó que eran los faros de un automóvil Peugeot y siguió trabajando. Pasaron unos segundos. Llanca estaba de espalda a la luz y cree recordar que la misma se tornó intensamente luminosa, capaz de cegar lo por un instante. Ya no era amarillenta, sino azulada. Estaba de rodillas e intentó al­zarse, pero no le respondían sus fuerzas. Le había invadido una sensación de desgano. A pesar, atinó a darse vuelta y mirar hacia la arboleda que estaba a un costado del camino. Entonces vio un objeto de grandes dimensiones, con forma de plato, suspendido en el aire, a unos siete metros de altura, y tres personas a sus espaldas que le miraban fijamente. Otra vez intentó levantarse, pero fue en vano. El decaimien­to era total, y se dio cuenta que ni siquiera podía hablar.

Las tres personas estuvieron mirándolo unos cinco minutos. Eran dos hombres y una mujer. Ella estaba en el medio de los dos hambres. Todos eran rubios y los varones esta­ban peinados para atrás. Los tres tenían la misma altura, un metro setenta o setenta y cinco, y vestían de igual manera: buzos enterizos color gris plomo muy ajustados al cuerpo, botas tres cuartos color amarillo y guantes largos del mismo color. No tenían cinturones, ni armas, ni cascos, ni nada más.



Aquí está D. Llanca, señalando el lugar donde se le apareció la nave espacial extraterrestre.

Sus rostros no se diferenciaban del de los humanos, pero tenían frente muy despejada y ojos rasgados, un poco saltones; semejantes a los personajes de historietas. Habla­ban entre ellos en un lenguaje incomprensible; no empleaban vocales y sonaba “como una radio mal sintonizada, con chillidos y zumbidos”. Uno de ellos tomó del cuello de la campera a Llanca y lo alzó con firmeza, pero sin violencia. Mientras el que lo había levantado lo sostenía, el otro individuo masculino le puso un pequeño aparato en la base del dedo índice de la mano izquierda. Se lo aplicaron unos segundos, sin dolerle. Cuando se lo retiraron, tenía dos gotas de sangre en el dedo. En ese momento dice ha­ber perdido el sentido, cree haberse desmayado.

El protagonista despierta, se encuentra tirado junto a unos vagones, dentro de los corrales de la Sociedad Rural de Bahía Blanca, exactamente a nueve kilómetros seiscientos metros del punto donde se produjo el encuentro. Caminó sin rumbo preciso, aunque siguió la ruta. No recordaba ni su nombre, ni el episodio, ni el camión, ni su domici­lio, sin embargo, calcula con exactitud que eran las tres de la madrugada, advirtiendo además que había extraviado su reloj. Estaba mareado y tenía frío.

Fue entonces a la comisaría 1ª de Bahía Blanca, balbuceando frases incoherentes respecto al problema que había tenido. Como el personal policial no quería perder tiempo tramitando su detención, dado el aparente estado de ebriedad en que se hallaba, no le dispensa mayor atención.

A las 7,30 horas Llanca ingresó al Hospital de Bahía Blanca y recién al día siguien­te parece haber recordado lo sucedido, notando que además del reloj, le faltaba el en­cendedor y los cigarrillos. No obstante, en el bolsillo del pantalón conservaba el di­nero que llevó al salir. Preguntó por su camión y le dijeron que la policía lo había encontrado estacionado sobre la banquina con el gato puesto y una goma lista para ser cambiada. En la guantera, intactos, estaban los documentos.

EL PERITAJE MÉDICO-PSICOLÓGICO

En la hoja 103 del libro de entradas de la guardia del hospital se lee: “Nombre: N. N. Lugar del accidente: ruta Nro. 3, detrás de El Cholo. Causa: dice que una luz muy fuerte lo encegueció, que era un plato volador, y no recuerda más. Vio dos hombres y una mujer muy rubios. Lesiones: traumatismo de cráneo, frente temporal derecho con am­nesia total”.

Dionisio Llanca es examinado luego por el traumatólogo y forense Ricardo Smirnoff, quien dice que el sujeto “no presenta lesiones visibles, pero se resiste a que le to­quen la cabeza, como quien tiene allí localizada una profunda dolencia. Apenas son percibidas unas casi inadvertidas excoriaciones sobre el párpado izquierdo”.



Llanca indica el lugar donde lo depositó la nave espacial.

En la tarde del día 29 se recupera y accede a someterse al pentotal, intentando establecer así lo sucedido en esas horas. Sin embargo, se va del hospital y regresa a la casa de su tío, ubicada en la calle Chubut al 1600. Preso de ansiedad por unas pesadillas que afirma padecer, se dirige al psiquiatra Eduardo Mata en busca de ayuda. Se produce una segunda pericia a manera de internación sugerida por Mata, y esa noche, éste convoca a un grupo de profesionales, médicos y psicólogos. Se le administran algunos tests y el camionero dibuja los extraños ocupantes del plato. Finalmente, se le practica un electrocardiograma y el camionero vuelve a la casa del tío, con el compro­miso de presentarse en el consultorio del médico Mata en la noche del 6 de noviembre. Pese a lo convenido, no cumple con la cita y los profesionales deciden llegarse hasta su vivienda de la calle Chubut. Dionisio había cenado abundantemente y tomado unos vasos de la providencial bebida que honra a su nombre (Dionisos, dios griego del vino). Esto impide que se le administre pentotal pero, en cambio, se realiza la primera sesión de hipnosis.

El plantel estaba dirigido por Eduardo Mata y Eladio Santos. En esa primera sesión, muchas preguntas llevaban implícita la respuesta de Llanca, quien habría manifestado:

“Subo con los dos hombres por un rayo de luz. El piso es como plomo, plateado, hay una sola ventana, redonda. Parece un barco. Hay muchos aparatos, muchos, hay dos televiso­res, una radio. En uno de los televisores se ven las estrellas. Me habla la radio, en castellano (español), y me dice que no tenga miedo, que son amigos, que vienen desde hace mucho tiempo… No dijeron de dónde venían porque eso era un secreto para ellos… Ellos han hablado con otros hombres de la Tierra desde el año 1950… Quieren saber si podemos vivir en la Tierra con ellos… Arriba de una mesa tienen un encendedor, junto con el reloj y un paquete de cigarrillos… La mujer se pone un guante negro, con unas tachuelitas en la palma; se acerca, me toca… Caigo, caigo lentamente en un potrero. Ellos me han dicho que volverán a buscarme porque soy un buen muchacho… Siento frío. Llego a la ruta y empiezo a caminar… ¿Quién soy?, ¿quién soy?”.

A esta primera sesión de hipnosis le sucederán otras dos y una de pentotal. Todo lo dicho por este único testigo y protagonista del suceso ha sido registrado en varias horas de grabación, pero reservadas. A excepción de la primera, en cada una de la sesiones, el camionero parece repetir exactamente lo mismo, como un calco.

Sentado en el centro del recinto, Llanca dice haber visto frente a él un instrumen­tal o tablero. Tiene una palanca hacia su mano izquierda. Otra mira a través de esa mampara vidriada, hacia donde se ve el firmamento estrellado, ubicado a la izquierda del protagonista. Hay dos pantallas también a su izquierda donde se observan las estrellas de colores, que él dibuja en trance. La mujer está a su derecha moviendo otro instrumental en una gran mesa y oficia de asistente.

Pasan unos minutos y por debajo del navío ve desplegarse (NdR: ¿desde esa perspectiva?} dos mangueras o cables flexibles, uno tomando contacto con el charco de agua y el otro con un cable de alta tensión.



Ilustración de la revista Conocer y saber.

Posteriormente -siguiendo el relato del camionero- la mujer se quita el guante de su mano derecha y se coloca uno negro que tiene punzones en la palma, y al instante de intentar colocarlo en el temporal de Llanca, le pega en raro movimiento en el arco superciliar izquierdo produciéndole al pobre testigo un pequeño hematoma. Luego lo coloca certeramente en la cabeza del protagonista.

Después de una hora, aproximadamente, se abren las compuertas del navío espacial y lanza un haz de luz, colocando a Llanca con suavidad en el suelo de los corrales de la Sociedad Rural, entre varios vagones estacionados, en las vías del Ferrocarril Roca.

Se le administran pruebas de capacitación, y en ellas Llanca revela una aptitud mental muy escasa. Una batería de tests los toma en Bahía Blanca la licenciada en Psicología Nora Milano, y los continúa en Buenos Aires el doctor en Psicología Héctor A. Solari, indicando todos ellos una psique de nivel muy bajo, sugiriendo que Llanca no sería capaz de inventar, o narrar, por sí solo una historia tan compleja como la expuesta.

LA INVESTIGACION

El testimonio de Dionisio Llanca se sustenta en que habría contado -bajo sugestión hipnótica y narcoanálisis-, desde la segunda sesión, siempre la misma historia y repitiéndola casi mecánicamente, aunque empleando un lenguaje limitado y desprovisto de recursos expresivos.

Las circunstancias descritas, desde luego, no llegan a configurar una prueba definitiva de la presunta autenticidad. Por el contrario, sumados a los datos obtenidos a través de una indagación racional, han permitido elaborar unas hipótesis interpretativas del resonado caso de Villa Bordeu. Estas son algunas de las consideraciones a te­ner en cuenta:

1.- Las declaraciones de D. Llanca indican que su viaje a Río Gallegos estaba previsto y que su tío Enrique Ruiz se hallaba enterado por anticipado del proyectado viaje. No obstante, éste niega dicha versión y señala que no tenía conocimiento de que su sobrino tuviere pensado hacer un viaje esa noche. Grande fue su sorpresa al levantarse y hallar una nota que decía haberle salido un viaje urgente, de improviso.



La ruta 3 y salida de Bahía Blanca.

2.- Llama la atención que el lugar precisado como el lugar del encuentro, y ulterior abducción, sea frecuentado por camioneros que acostumbran pasar la noche allí, más aún los fines de semana. Curiosamente, Llanca declara no haber detectado la presencia de persona alguna o vehículo en el área.

3.- En la situación en que Llanca había “despertado” fuera del camino, ignorante de quién era, qué hacía, etc., recuerda a pesar de todo, que había perdido su reloj y que eran las tres de la mañana. En tanto, Llanca parece haber caminado en estado de confu­sión mental varios kilómetros hasta la ciudad.

4.- El médico Ricardo Smirnoff manifestó su contrariedad por la desmedida publicidad que se le había dado al caso, puesto que no estaba científicamente comprobado, estimando conveniente efectuar nuevas sesiones de hipnosis, pues las mismas no fueron efectuadas correctamente. Citó como ejemplo la cantidad de preguntas inducidas o tendenciosas que fueron formuladas en las distintas sesiones.

Por su parte, el Dr. García del Cerro -otro de los facultativos que intervinieron en esa primera investigación-, expresó tener grandes dudas sobre el testimonio de D. Llanca, aunque prefirió reservar sus motivos. La psicóloga Nora Milano coincide con Smirnoff al afirmar también que los interrogatorios fueron mal llevados y que una reconstrucción hecha bajo hipnosis, le dio “la impresión de haber sido ensayada”.

5.- Poniendo en relieve sus singulares dotes de simulador, en ocasión anterior al suceso, Llanca fingió ser mudo ante unos estudiantes de la Universidad del Sur, en Bahía Blanca, logrando que le costearan varios almuerzos y desayunos. Se hallaba entonces con una venda en la garganta y comenzó un diálogo mediante papeles escritos, haciéndo­les saber de su lamentable condición, mencionando haber sido operado por un médico en el Hospital Militar. Cuando los incautos estudiantes efectua­ron algunas diligencias para localizar al galeno, el buen señor Llanca simplemente desapareció de escena. “Aparentemente, dicho médico existía sólo en la imagi­nación de Llanca”, expresó el joven Alberto Cordero.

6.- La noche del martes 3 de abril de 1974, recién llegado de Comodoro Rivadavia, Llanca apareció en un restaurante ubicado entre las calles Thompson y Donado, de Bahía Blanca, manifestando en la oportunidad que “el 80% de lo que dijeron las revistas era falso”. En tanto el médico García del Cerro afirmó que lo publicado se ajusta a lo testimoniado por Dionisio Llanca…



El Cholo, lugar de detención de D. Llanca.

7.- La comisión policial halló abandonado el camión de Llanca en el lugar indicado y las huellas de sus neumáticos al apartarse de la ruta y detenerse en la banquina emba­rrada, así como algunas huellas de pisadas que correspondían en su totalidad a Llanca, pero ningún indicio de la presencia de otros individuos en el sitio preciso.

8.- Según se afirmó en la oportunidad, esa noche se produjo un aumento desmesurado en el consumo de energía eléctrica, cuando lo que ocurrió en realidad fue un fallo en el suministro, originado por un cortocircuito en la subestación de Ing. White, situada a unos 25 km al este del lugar donde, presuntamente, el “ovni” había tomado contacto con los cables de alta tensión.

9.- En marzo de 1976 Dionisio Llanca estuvo en Buenos Aires diciendo que había tenido un nuevo contacto con los tripulantes del plato volador, quienes vendrían a buscarlo en unos días, en Monte Grande. Nada se supo al respecto, pero sí que Llanca continuó rondando por varios lugares del país, internado durante algún tiempo en el Hospital Neuropsiquiátrico de Rawson, Chubut.

10.- A pesar que el pretendido testigo fue deliberadamente escondido en varias ocasio­nes “para no interferir en las investigaciones”, de los estudios psicológicos sólo se informó que el sujeto acusaba un nivel de psique muy bajo como para urdir semejante historia (sic). Sin embargo, lo que no se había revelado claramente es que esos tests indicaban sin lugar a dudas que Dionisio Llanca padece “una debilidad mental bien definida” y “signos comiciales de una evidente falta de sinceridad”.

11.- Trascendidas las conclusiones del estudio psicoclínico efectuado el 31 de julio de 1974, en Buenos Aires, por el psicólogo Dr. Héctor A. Solari (M.N. 246), profesional interviniente, señalan que: “Las pruebas psicométricas y proyectivas confirman lo presupuesto en la entrevista clínica, D. Ll. presenta una personalidad de tipo epilép­tica, con ciertos rasgos de índole histérica. Sus mecanismos de defensa en cierto modo estereotipados son la negación y la represión. D. Ll. transita dentro de un círculo vicioso de inseguridad y temor que alimenta, a su vez, su agresividad y hostilidad hacia el medio ambiente, impidiéndole establecer buenas relaciones interpersonales”.

Y finaliza: “En cuanto a la investigación del hecho ocurrido en Bahía Blanca, sin dudar o no de lo relatado por D. Ll., en mi consideración el testigo no es hábil como tal”; aconsejando “a nivel asistencial, la posibilidad de encarar una terapia farmacológica y psicoterapéutica adecuadas”.



Fuente:

http://marcianitosverdes.haaan.com/2008/11/villa-bordeu-ba-el-affaire-llanca-primera-parte/

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